jueves, 26 de marzo de 2020






                                                                                         IKIRU - VIVIR-

-Cartel original del film-.

Córdoba, Capital de la Bética romana, fue la cuna del filósofo universal Séneca, para quien el sentido de la vida consistía en alcanzar la felicidad

Córdoba, Capital de Al Andalus, en cuya época convivieron las culturas hebrea, cristiana y musulmana, fue cuna del polifacético Maimónides, para quien el sentido de la vida consistía en alcanzar la perfección suprema

En Córdoba, en la histórica Torre de La Calahorra, ante la cual su ancestral Puente Romano, une las dos orillas del Gran Río Guadalquivir -simbólica arteria de civilizaciones y culturas-, nos da la bienvenida la significativa frase que da sentido a la ciudad y al monumento: “Llevar, como si fuera una arteria las fuerzas de la vida de una a otra orilla, de Oriente a Occidente…”

-La frase proviene de la magistral obra Jean Christophe del Premio Nobel de Literatura Romain Rolland…

La insertó en el monumento para el Diálogo de Civilizaciones y Culturas -que es la Torre de la Calahorra-, el gran filósofo francés Roger Garaudy, siempre preocupado por el sentido de la vida, para quien éste consistía en “Dar a cada hombre, mujer o niño los medios necesarios para que puedan desarrollar las potencias con que han sido dotados…”

Tanto ayer como hoy, a los grandes hombres, filósofos, pensadores, artistas…, acaso la mayor de sus preocupaciones haya sido siempre dar sentido a la vida, a su vida, a cualquier vida…

Siendo ese, sentido de la vida, la persistente preocupación de Garaudy -muy interesado en la cultura oriental y japonesa-, y del genial cineasta japonés Akira Kurosawa, como manifiesta en la temática de su filme Ikiru, Vivir

El filósofo Roger Garaudy y el cineasta Akira Kurosawa.

En este sorpresivo siglo XXI, en unos críticos momentos en que ninguna ciencia ni científico -ni política, ni político- predijo la pandemia mundial del COVID 19, que nos acechaba a la vuelta de la esquina, para llevarse principal y cruelmente a las personas de la “edad de la memoria”, tenemos que recurrir precisamente a la memoria…

En confinamiento psicológico aterrador pero reflexivo como se encuentran todos los mass media y las grandilocuentes pantallas de los cines están en absoluto mutismo, no tenemos otra opción responsable, sino acudir a las pequeñas pantallas del acogedor hogar, que puede convertirse por designios supra humanos y espirituales en más y mejor hogar de lo que jamás se hubiese previsto…

Afortunadamente para los hogares de escasa y maltrecha fortuna, se puede recurrir a youtube para sintonizar con los sabios y alentadores consejos de personajes positivos, de quienes no sabemos si se encuentran en algún desconocido mundo, aunque sí en el de su fecunda memoria y que aún persisten en sembrar en tierra fértil: internet, televisión, libros…

Aunque ya habíamos sintonizado con el maestro Akira Kurosawa, para identificarnos con su alegato contra las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en su filme Rapsodia en agosto -ver en la web nuestro blog de Cine y Humanismo – Cine de Valores, 6 de agosto de 2014-, ahora hacemos memoria de su positivo filme Ikiru, acerca del sentido de la vida, la alegría de vivir, la felicidad…

Ikiru, es un filme muy triste y duro de ver, pero en él, como si fuese un mal contrasentido querido por el genial Kurosawa, acerca de la ideología, la política, la enfermedad, la muerte…, resplandece el auténtico sentido final de la vida: dar a los demás lo que necesitan, el bienestar, la alegría de vivir, la felicidad…

Inspirado en la novela de León Tolstói, La muerte de Ivan Ilich, Ikiru trata la historia de Kanji Watanabe, un funcionario burócrata del Ayuntamiento de Tokyo, que ha malgastado su vida parasitando en la despreocupación social, la indolencia, la inoperancia…, hasta que un cáncer de estómago terminal le provoca un cambio radical del sentido de su vida…

Una lectura inmediata y superficial de Ikiru, aparenta ser una crítica acerca de un estamento político y burocrático al que sólo le importa el arribismo personal, el logro del poder, su bienestar…, no regateando en mentiras y subterfugios para conseguirlos…

En una lectura más reflexiva y profunda, Ikiru, Vivir, es un filme sobre Mefistófeles, en el que se aborda la perdida de la espiritualidad y la moral de una sociedad acomodada en lo práctico y material, como consecuencia del progreso y desarrollo científico, industrial, social…

Pero, sobre todo, el filme Vivir, es una sutil reflexión, muy realista, acerca del sentido de la vida y los valores esenciales de la espiritualidad, la moral, la familia, las relaciones, la juventud, la madurez, la alegría, la felicidad…

Expresivo fotograma de los protagonistas Takashi Shimura -Kanji Watanabe- y Miki Odagiri -Toyo Odagiri-.

El filme realizado en los inicios de los años 1950, es decir hace setenta años, no puede visionarse hoy con las perfectas claves técnicas y estéticas del cine actual; aunque su guion, escrito por Akira Kurosawa y su colaborador habitual el guionista Shinobu Hashimoto, es un magistral ejemplo -riquísimo en ideas, contenidos humanos, valores culturales…- para la cinematografía de todos los tiempos…

Tolstói, autor de La muerte de Ivan Ilich, obra en la que se inspira Ikiru, entre sus muchas frases sabias dijo que “No hay grandeza donde faltan la sencillez, la bondad, la verdad…”

En el filme Ikiru, Vivir, cuando el protagonista Watanabe -a quien la empleada municipal Toyo, había apodado jocosamente “Momia”-, con su enfermedad descubre la realidad de su vida, se dice: “La desgracia enseña al hombre la verdad…”

Es la sabia frase, por la que en esta actual sociedad, tremendamente sofisticada, falsa y mentirosa, y en lo graves momentos de la desgraciada pandemia y crisis, creemos nos enseña a memorizar, sin intenciones moralistas, el filme Ikiru

Kurosawa, adaptó a la cultura oriental japonesa otras importantes obras de la literatura universal como: Los siete samuráis, inspirada en Los siete contra Tebas, de Esquilo; Ran y Trono de sangre, basadas en El rey Lear y Macbeth, de Shakespeare; Hakuchi, basada en El Idiota de Dostoievski…; por lo que su cinematografía se puede considerar como Puente Cultural entre Oriente y Occidente, habiendo obtenido, con su treintena de filmes, los más importantes reconocimientos y premios en los Festivales Internacionales de Cine…

Kurosawa -entre George Lucas y Steven Spielberg, productores de su filme Sueños-, recibe el Oscar Honorífico, 1990.

En el plano final del filme Ikiru -al que alude su cartel anunciador-, Watanabe, se columpia y canta alegre y feliz; ha conseguido, como deseaba su vecindario, transformar un lugar insalubre e infecto de una barriada de Tokyo, en un hermoso Parque Infantil, para el bienestar y goce de mayores y pequeños

Por su desgraciada enfermedad, ha descubierto su verdad y ha dado pleno sentido a su vida; ahora, sólo, sin nadie que le aplauda, pero sabiendo ha dado alegría y felicidad al vecindario, puede morir en paz…

Tras una entrevista a Akira Kurosawa, el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, autor de Cien años de soledad, publicaba: “Debo, en gran medida, mi fe en la humanidad a las películas de Kurosawa”…

Francisco Montero.